Tras casi dos años de incertidumbre a raíz del virus que puso al mundo de cabeza, este pasado fin de semana Cosquín Rock tuvo su merecido regreso presencial al icónico aeródromo de Santa María de Punilla.
Con opiniones divididas, uno de los festivales más importantes de Córdoba llevó adelante una nueva edición, pero esta vez con una oferta musical de lo más diversa, y Fotografías de Viajeros estuvo ahí para contártelo.
Agite, música a todo volumen, remeras de bandas, trapos colgando, puestos de comida al paso y el clásico embotellamiento que se genera en estos días decoraban el tramo de la ruta 38 en el que se realiza el evento. ¡Nos esperaban dos días mágicos y ni siquiera lo imaginábamos!
Después de dar algunas vueltas en busca de un lugar para estacionar que quede próximo al ingreso al predio, ambos días pudimos dejar el auto medianamente cerca, vigilado por un naranjita autorizado a un precio bastante accesible: 300 pesos.
Acreditación de prensa de por medio, emprendimos el laaargo camino que nos llevaría a vivir un fin de semana dentro de una hermosa postal cordobesa. Sí, hay que prepararse mentalmente porque, por si fuera poco lo que se camina hasta llegar, una vez adentro, las piernas se mueven por inercia: los nueve escenarios que se montaron este año estaban bastante separados entre sí y si se quiere recorrer todo, no queda otra que moverse a pie.
Además de música, Cosquín Rock cuenta con diferentes stands de marcas reconocidas que invitan a las personas a acercarse, ya sea para tomarse una foto desde las alturas, llenarse la cara de glitter, degustar el clásico fernet o tan solo para recargar la batería del celular y así atesorar los mejores momentos.
Y aunque las redes se hayan inundado de haters que cuestionaban la lista de artistas que se habían elegido para esta edición, en Santa María se respiró buenas vibras y muuuucha diversidad musical (no decimos rock para no ofender a los detractores de siempre).
Para poder disfrutar de las dos veladas, la premisa era una sola: tener ganas de pasarla bien, lo que implicó en muchas ocasiones dejarse llevar y no detenerse a pensar si lo que estábamos escuchando era rock o no.
Así, con la mente y el corazón bien abiertos, vimos los más variados shows. A veces parados, a veces sentados, pero siempre bailando (sí, se puede bailar sentado), estuvimos en Él mató a un policía motorizado, Wos, Julieta Venegas, La Delio Valdez, Babasónicos, Ciro y los Persas, El Kuelgue, Trueno, Nonpalidece, La Monada, Juanse, Fiesta Bresh, Fito Páez, Boombox, Miranda, Divididos, La Mona, entre muchos otros.
Fito Paéz, todo lo que está bien
Hitazos, empatía, amor y un atardecer de película fueron los ingredientes para que el show de Fito en esta edición de Cosquín Rock sea inolvidable.
Faltando pocos minutos para las 20 h, el tipo se subió al escenario y desplegó todo su arte para una multitud que le devolvió con creces el cariño que él demostró.
Aunque cantó casi todos sus clásicos, hubo dos momentos épicos. Uno sucedió cuando empezó a sonar “Brillante sobre el mic”: si bien la canción es más que conocida, el clima que se vivió allí no se puede describir con palabras. El cielo se pintó de los más hermosos anaranjados y la gente, alumbrando con el celular, coreó toda la letra con muchísima emoción.
Luego, cuando ya todo el mundo creía que había llegado a su fin, Fito volvió para un cierre mágico y nos deleitó con una versión a capela de “Y dale alegría a mi corazón”, que, por supuesto, el público cantó a pulmón hasta el último.
Boombox: un descubrimiento sarpado
Como moverse de un escenario a otro llevaba -bastante- tiempo, cada vez que queríamos ver a algún artista en particular tomábamos los recaudos necesarios para llegar a horario. No obstante, el Escenario Sur tuvo algunos retrasos y uno de ellos nos permitió conocer a Boombox, dos estadounidenses que, como ellos mismos describen, combinan un poco de house, un poco de blues, un poco de funk, un poco de rock y mucho soul.
Con algunas notas psicodélicas, no solo hicieron más que amena la espera para Miranda, sino que pusieron a bailar a todas las personas que estaban ahí. ¡Súper recomendado!
El megacierre a puro cuarteto
Contra todo pronóstico y tapando las bocas de muchos, La Mona fue el número más esperado de esta edición y no fue para menos. El mandamás no dejó ninguno de sus clásicos fuera del repertorio y puso a bailar hasta al más rockero.
Cuestionado a morir en las redes, el cierre a puro cuarteto fue la frutilla del postre de este Cosquín Rock. Seguramente, hayan llegado a tus oídos muchos comentarios defenestrando su actuación, sin embargo, quienes estuvimos ahí damos fe de que fue una verdadera fiesta y nadie se acordó de que el ídolo cordobés por excelencia “no pertenece” al ambiente del rock.
Los contras del Cosquín Rock: teléfono para Palazzo
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Precios en primer lugar: adentro, todo es caro. Un vaso de gaseosa más el ecovaso sumaban 700 pesos, una hamburguesa o un sánguche de milanesa valían mil y ni hablar si tomás alcohol.
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Mucho bardo para comprar: para comer o tomar algo, hay que hacer dos colas y es una gran pérdida de tiempo. O se mejora ese sistema o se habilitan más cajas.
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Excesiva demora para retirar las entradas antes del ingreso: la cola se extendía por varias cuadras y muchas personas se perdieron algunos shows por este motivo.
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Falta de accesibilidad para personas con discapacidad: aunque hay lugares asignados para que puedan disfrutar con comodidad, lo cierto es que falta más en este aspecto.
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No hay señal: si bien sobran los puntos de encuentro por si te perdés de tus amigxs, no vendría mal que se invirtiera en conectividad. Eso sería un golazo también para la prensa.
Para cerrar esta reseña, nuestra recomendación es que, si te gusta la música, no dejes de ir a un Cosquín Rock. Sí, sale una moneda y puede que haya bandas que no te gusten, pero la mística de ese festival no se compara con nada y es casi seguro que volvés feliz.
REDACCIÓN: Clelia Nieto
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FOTOGRAFÍAS: Danilo Scarsi
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